Habitación de Philip

-No...no es nada-dije tumbándome echo un ovillo.

-Bien. Hasta luego, entonces.-me despedí.

De repente toda mi vergüenza desapareció de golpe, ¿qué estaba haciendo? Yo no era así... Me levanté y aparecí frente a él.
-¿Tan pésima te resulta mi compañía que ya te vas? Me ofendes Sebastian-dije con teatralidad, clavando en él mis ojos verdes.

Le agarré por la barbilla.
-Si no quieres que me vaya dilo abiertamente.-contesté.-Si tú compañía me desagradase me habría marchado hace rato, ¿no crees?

-Posiblemente, pero sé que mi compañía no desagrada a nadie-contesté con una sonrisa encantadora.

-Me alegro de que lo tengas tan claro.-comenté pasando por su lado.

Sonreí y fui hasta la esquina donde estaba mi cinturón. Lo cogí y lo lancé al armario. Pasé junto a Sebastian y me senté en la cama recostado contra el respaldo.

Abrí la puerta y me fui.

Me quedé tal cual en la cama, con los ojos abiertos de par en par. ¿Acababa de dejarme tirado? Salí de mi habitación y me puse frente a él.
-¿Me has dejado tirado Sebastian?-pregunté con calma.

Alcé una ceja.
-¿Tú qué crees?-pregunté.

-Creo que sí, y eso me molesta-contesté.

-Es tu problema.-repliqué.-Encerrarme en un cuarto para no hacer nada no me gusta.

Le miré unos segundos. Después suspiré y me acerqué a él.
-Quédate Sebastian-susurré sobre su oído, al tiempo que acariciaba su cuello.

Me estremecí por culpa de sus caricias.
-Solo un rato.-acordé antes de volver a entrar en su cuarto.
Tiré de él y lo tumbé en la cama tumbándome yo encima, después.

Me sonrojé y mi respiración se aceleró como si hubiese hecho demasiado ejercicio.

Desabroche los tres primeros botones de su camisa.
-Tranquilízate.-desabroché el resto y acaricié su dorso y sus costados con dulzura.

-Me...me resulta imposible-contesté mirándole.

Agaché la cabeza, frustrado y retiré las manos.
-¿A qué le tienes miedo?-pregunté mirándole fijamente.

-¿Miedo? No lo sé-contesté sinceramente con un suspiro.

-Quizá sí debería irme.-comenté abrochándole la camisa.

-¿Por qué?-pregunté.

-Porque todo lo que hago hace que te alteres mucho.-contesté simplemente.

-No puedo morir de un infarto-contesté con evidencia.-Pero me sonrojo por cualquier caricia, en el fondo soy algo tímido, pero no se lo digas a nadie.
Le guiñé un ojo y le puse cara inocente.

Enterré la cabeza entre su cuello y la clavícula.
-No lo haremos si no quieres.-me sorprendió oirme decir aquello.-No me gusta forzar a la gente.

A mí también me sorprendió que me dijese eso. Me estremecí por su contacto y acaricié su pelo casi con dulzura.
-Era lo último que esperaba oír, sinceramente-confesé.