Sentado sobre la barandilla.

Quería una vista buena del mar, así que decidí escoger el paseo marítimo. Me senté sobre la barandilla cual niña de 7 años, la verdad era que siempre había hecho lo que me habñia venido en gana, y no tenía intenciones de cambiar mi actitud ahora. No había entrado en la mansión con buen pie, pero la verdad era que me daba igual, ya habría tiempo de mantener conversaciones más intensas, en ese momento no me apetecía nada salvo lo que estaba haciendo.

Quien me iba a decir a mí que me iba a encontrar a Philip precisamente allí.
-Magestad.-saludé. No le reverencié, sólo incliné la cabeza.

Me giré hacia el extraño y le miré fijamente.
-Lo siento, pero no recuerdo quién eres, tendrás que recordármelo-.

Me mordí la lengua para evitar reirme. Tan despistado como siempre.
-Sebastian Drake, nos conocimos en Dresde hace unos siete años. Si no me equivoco te hospedabas en casa de una vieja amiga, Lady Georgina, al igual que yo.

-Tengo una memoria pésima, pero bueno, aunque ya me conozcas soy Philip Dawes.-contesté bajando de la barandilla y poniéndome frente a él.

Sonreí ligeramente.
-Encantado de volver a verte.-dije.

-Yo diría lo mismo si te recordara supongo, pero bueno, encantado Sebastian-contesté con una sonrisa inocente como excusa.

Le devolví una sonrisa falsa y me apoyé en la barandilla.
-Estás en la mansión Norwel, ¿cierto?

-Así es, no es un palacio, pero bueno...no me quejo demasiado-le respondí encogiéndome de hombros.

Me reí entre dientes al pensar en la que les había caido a los de la mansión Norwel.
-Claro, te entiendo. Acostumbrado a los lujos y comodidades de tu hogar...-comenté.-¿Qué te trae por aquí?-la típica pregunta.

-Me convirtieron y tenía ganas de cambiar de aires, me aburrí de ellos-contesté despreocupadamente.

-Renunciar a todas tus comodidades tuvo que ser difícil, ¿no?-le miré de reojo de arriba abajo.

-Bastante, aunque no cambiaré mi forma de ser lo tengo muy claro-contesté apoyándome sobre la barandilla.

Giré la cara hacia él.
-Nadie te pide que lo hagas. Además, estoy seguro de que hay gente mucho peor.

Giré la cara hacia él y me acerqué.
-Vamos, pero si yo no soy tan terrible...-dije con voz de niño bueno.

Pusé el dedo indice bajo su barbilla.
-Lamento decir que no me lo termino de creer.-retiré la mano y la apoyé en la barandilla.

Sonreí con picardía.
-Podría demostrarte que soy la cosa más inocente que hayas conocido, pero...-chasqueé la lengua-no me resulta interesante hacerlo

-¿Y quién ha dicho que yo quiero que lo hagas?-pregunté sin inmutarme.

-Nadie, pero tenía que decírtelo-contesté acariciando brevemente su barbilla.-Anda no te enfades...pierdes belleza si frunces el ceño.

-Lo dudo mucho.-repliqué.

-Bueno, no eres perfecto, pero no estás nada mal, soy sincero-le dije mirándole de arriba a abajo.

-Vaya, todos estos años considerándome perfecto y resulta que no lo soy.-comenté.-Tú tampoco estás del todo mal.

Sonreí.
-Lo sé, gracias.-contesté revolviendo mi pelo al viento.

-Qué altanero.-apunté. Como si me impresionase...

-Altanero, pero dulce, ¿no es cierto?-acaricié su mejilla fugazmente y sonreí como si de un niño pequeño se tratara.