El joven de la biblioteca había sufrido hacía unos días el mismo destino que ahora sufriría el pobre desafortunado o desafortunada que se cruzase conmigo por la calle. Encontré a un joven que paseaba por la calle, seguramente volviendo a casa. Olía a miedo y a inseguridad, sonreí y casi sin jugar con él, me alimenté de su sangre. No estaba de humor para andarme con jueguecitos, lo lancé hacia el paseo marítimo y con un gruñido seco volví a la mansión.