Me senté despreocupadamente sobre uno de los sofás y cogí una copa de sangre, humana por supuesto. Era una lástima suplir una buena caza con una copa, pero qué se le iba a hacer. Saboreé el sabor de la sangre y cerré los ojos permitiéndome relajarme unos segundos.Cuando mi descanso se vio interrumpido por el timbre, chasqueé la lengua y me dirigí a abrir.