De pies en el borde

Me encontraba justo en el borde del acantilado, las puntas de mis pies ya colgaban sobre el vacío, pero no me importaba. El viento revolvía aún más mi pelo, y mis ojos estaban entrecerrados ligeramente, mirando hacia la inmensa caída que se abría paso hasta las rocas puntiagudas. Un leve sopló de viento en mala dirección, y podría estar varias semanas sin poder moverme.

Pensé en empujarle, pero sabía que luego tendría que cargar con él hasta su mansión. A pesar de eso, podia asustarle... y eso hice. Avancé hacia él lentamente, sin hacer ningún ruido, apoyé un dedo en su espalda e hice fuerza hacia delante.
-Salta.-dije alzando un poco la voz tratando de sobresaltarlo.

Un grito ahogado salió de mis labios al perder el pie sobre el vacío. Sabía quién era, pero me había dado cuenta tarde.

Le agarré por la ropa y tiré de él hacia atrás.

Me aferré a su ropa y le miré fijamente con expresión seria, con un ligero toque asustadizo.

-No me mires de ese modo, te merecias un susto. Así aprenderás que este no es el mejor lugar para contemplar el paisaje.-comenté.

-Habría preferido caerme-comenté sin dejar de mirarle.

Sonreí maliciosamente.
-Tus deseos son ordenes para mí.-respondí.
Aparté sus manos de mí y le empujé, haciéndole caer por el acantilado.

Ni siquiera me dio tiempo a gritar, las rocas puntiagudas me recibieron lamiendo con avidez mi cuerpo, deseosas de romperme en pedazos. Varias costillas quebraron con la caída, y los cortes que las rocas produjeron en mi piel se mezclaron con la sal del agua, provocándome un escozor insoportable. Seguramente tendría más huesos rotos, pues lo único que podía hacer era dejarme arrastrar hasta la orilla de la playa, ya que moverme me provocaba un dolor insufrible en varias partes del cuerpo. Cerré los ojos con fuerza, no podía creer que él me hubiese empujado por el acantilado.